14 de abril de 2010

un color, un matiz, el blanco


Tanto empezar y siempre acababa borrándolo todo, renunciando a ponerle nombre, poner el lápiz en el papel y cerrar con carbón tu silueta, cuando en el folio en blanco ya estabas: Gabriel te veía, y tú también a él.

Esta fue una más. Gabriel borró todo lo que ya había escrito, y solo dejo el blanco que sigue para decirte todo lo que debías saber. Luego siguió jugando a sentir sin ser descubierto.

Gabriel tenía sed, y sin saberlo tú eras el agua.

12 de abril de 2010

su pequeña cárcel


De repente abrió los ojos. Lo veía todo demasiado turbio. Él no sabía donde estaba, no sabía que estaba pasando. Gabriel decidió no asustarse e intentó pensar cómo podía haber llegado allí, lo curioso era que no recordaba absolutamente nada de su vida anterior a ese lugar, lo que le hizo alarmarse aún más. Intentó recapacitar, tranquilizarse y encontrar una explicación de ello. Se miró los dedos de las manos, subió esa mirada por los brazos desnudos, y continuó por su torso. No entendía porqué estaba sin ropa alguna. ¿Qué le había pasado a Gabi? Allá donde sus pequeñas manos tocaban, todo era pared, una pared mojada y demasiado blanda, parecía que estaba en una de esas piscinas azules que cuando somos pequeños nuestros padres nos montaban. Un algo interior invadió la pierna de Gabriel, era como un rayo, era como si la electricidad le invadiera esa pequeñita pierna, como si el gran dios Zeus le hubiera lanzado uno de sus rayos dorados directamente a su pie derecho, y con toda la fuerza que pudo intentó romper esa pared, pero todo acto fue en vano, no sirvió de nada. De pronto pareció como si alguien intentara hablarle desde el exterior, era como una vocecilla que le taladraba su diminuta cabeza, una voz que cada vez era más y más dulce, una voz que hacía que Gabriel calmara todas sus furias, todas sus ganas por salir de aquella pequeña cárcel, porque era así como Gabi la llamaba, su pequeña cárcel.

Él no entendía absolutamente nada, no sabía porque no podía recordar nada más antes de que abriera los ojos y viera esa especie de piscina donde se encontraba, no sabía que había hecho si malo o bueno para que alguien lo encerrara allí de aquella manera, todo estaba demasiado oscuro. A veces tuvo un sentimiento algo extraño, sí era miedo, miedo a la nada, y sobretodo porque sabía que estaba solo, muy solo. Si algo le había enseñado esas paredes raras y esa agua turbulenta, es que la soledad no era su mejor amiga. Pero Gabi sabía que tenía al otro lado de esa pequeña cárcel un ángel de la guarda, y no un ángel cualquiera, no sabía su nombre, pero lo sentía en cada ápice de su cuerpo. Le hacía olvidar cualquier sentimiento que no gustaba a Gabriel. Cuando sentía miedo o soledad, sabía que ese ángel estaría ahí para protegerlo, para mantenerlo a salvo de cada mal.

Gabi sintió la necesidad de agradecer todo aquello que ese ángel, su ángel estaba haciendo por él. Lo que él no sabía es que con solo su existencia, con un solo latir de su corazón, ya hacía feliz hasta unos niveles increíbles a esa persona que Gabriel llamaba su ángel de la guarda.

Un día Gabi abrió nuevamente los ojos como siempre para ver ese estanque donde se encontraba, para ver que nuevamente estaba ahí encerrado y solo, pero ese día notó una diferencia. No sabía como no podía haberse dado cuenta antes, tenía como un gran algo, no sabía como describirlo, introducido en su pequeña barriguita. De repente notó como si su cuerpo se estuviera deslizando. Vio a su alrededor que esa agua a la que tanto odio le pudo coger, bajaba de nivel a una velocidad abismal. Sentía que le faltaba el aire. Gabi estaba demasiado asustado para pensar, y ese miedo le hizo dejarse llevar, no le importaba lo que le ocurriera, para él su infierno ya era estar ahí solo, no podría ir a peor, pero un gran destello de luz, una luz que nunca antes se hubiera podido imaginar, le cegó por completo.

Lo que Gabriel no podía llegar a imaginar, es que cuando volviera a abrir de nuevo los ojos, vería una de las caras que siempre le harían sonreir, una de las caras que jamás volvería a olvidar, sí era la cara de su ángel de la guarda, era la cara de alguien que le había dado todo lo que Gabriel es, le había dado cada latir de su corazón ...




De esto hace ya 24 años … cada día de cada año Gabriel se daba cuenta más y más de que se había estado engañando en esa pequeña cárcel. Ella no era su ángel de la guarda, sino todo lo contrario, era él el Arcángel Gabriel, era él el que iría ante ella para intentar ser su escudo. Gabriel sabía que esta era la única forma de agradecer esos 9 meses que vivió dentro de su Madre.