3 de mayo de 2012

su camino hacia el centro del laberinto


Gabriel pasaba muchas horas descifrando el camino hacia el centro del laberinto entre las páginas que leía.

Le gustaban especialmente aquellas que utilizaban no ya tanto el justo adjetivo como decía Josep Plà, sino el adjetivo insospechado, como nadie decía pero que se le ocurrió llamarlo así. Le gustaban esas páginas trampa en la que la historia no era una, sino tantas como lecturas posibles. Libros que significaban una cosa u otra dependiendo en qué día fuesen leídos, en qué momento, en que instante volviese a la encrucijada de palabras. Cada frase requería una reconstrucción del relato hasta el momento mismo de leer esa frase, una revisión permanente del “qué”, provocado por el “cómo”, esa literatura absorbente que le arrancaba de donde hubiese puesto el culo para llevarlo a obsesivas cavilaciones y asociaciones.

Aquella noche tenía entre las manos un librito, “Nosotros dos” se llamaba, y ya desde el título no leyó lo que decía, sino lo que quiso. Intuyó (porque saber no sabía) que llevaba toda la vida escribiendo la misma novela, haciendo literatura de su memoria para llenar los huecos del camino del laberinto que su entendimiento dejaba vacíos. 

Al final Gabriel buscaba en sus lecturas descifrar su memoria, esos calles laberínticas del tiempo que descubría buscando sentido. Señales que Gabriel ató a su memoria cuando escuchó por primera vez el sonido de tu voz por la mañana en una pequeña habitación, cuando, como tiempo después admitió, supo que escuchabas sus poemas como nadie lo hizo nunca, cuando supo que sonreír cuando sonaba la puerta era lo que los perros de ese tal Pavlov. Cuando entendió por qué ese sonreírse satisfecho por tender tu ropa íntima un poco desgastada, ese gusto por malgastar horas leyendo títulos pensando que eso significaba saber del libro para después contarte, el regodeo por las pequeñas discusiones por apagar la lamparilla de la mesilla de noche, esa luz que a la vez le unía con las páginas, y a la vez le separaba de sus nudos, porque también después de la lamparilla había el no dejarte cerrar los ojos, cubrírtelos de incertidumbres que irrumpían por tu cuerpo en un lugar insospechado pero deseado. Supo que luego te pidió el hueco de un hombro y corriste sencillamente a envolverme fuerte con tus brazos. Y allí se encontró cuando tuvo que cerrar el libro. 

Las trampas de sus historias dentro del laberinto le atrapaban. Nunca pudo escapar. Nunca quiso.

19 de mayo de 2010

sus poemas


24, modelo para amar

No te voy a cansar con más poemas. Digamos que te dije metro, tú, asfixia, tapa, máquina de escribir, piano, llave, sueño, saltar, trece, notas, siesta, nachos, cereales, soul, sardinas, ¿qué quieres?, estrellas, champagne, amanecer, sudados, y tal vez alguna vez sonreíste, yo sonreí sin tal vez y nos miramos largo rato ...

... porque cada palabra es una adivinanza, y en ellas hay 3 números no tan ocultos que seguro sabrás leer.

6 de mayo de 2010

sus historias a las que no sabía poner nombre


Desde algún lugar, Martí salió de su casa. Su destino era París. Miraba su reloj, pocas veces lo hacía, pero sabía que eso en Europa, y más en París, iba a tener que hacerlo mecánicamente para sobrevivir. Montó en el taxi, y se fue hacia el aeropuerto, le quedaban unas cuantas horas de viaje, pero todo estaba ya decidido, y qué más da lo que tardase. La última cosa que hizo fue escuchar, sentado en su sillón donde solía leer con poca luz, el concierto de esos partidos de fútbol que tanto le gustaba, le apasionaba, y sabía también que tardaría en poder escucharlo de nuevo. Sentado en su sillón, dejando de mirar de tanto escuchar, se despidió de todo eso, con una taza de té que se llevaría consigo para no dejar vajilla sucia en esa que fue su casa. Y por supuesto el CD que cargó en su maletín de mano. A saber cuándo el dinero le permitiría comprarse un reproductor y volver a escuchar esas notas con forma de balón acompañadas de té con trazos de cascara de limón.

Sara trabajaba en Au Claire de Lune. Como todos los días cogía el metro a las 6 de la tarde en Villiers, para bajarse en Anvers y llegar a hora a su turno, aunque a veces tomaba una copa con su amigo antes de marchar al trabajo. Ella miraba el reloj sin esfuerzo, estiraba el brazo para que su reloj se colara por debajo de su manga, y miraba sin leer las varillas. Bajaba el brazo y entonces descifraba las varillas memorizadas. Luego miraba a su alrededor inquieta, como siempre iba apurada.

Amitié tenía 22 años, había terminado de estudiar clarinete en Viena, y había vuelto para probar suerte en su viejo Paris. Había pocas orquestas, y mucha competencia, todo el mundo quería probar en París. Alquilaba una habitación en la Rue Lepic, en Montmartre, pero no le dejaban tocar allí, le decían que molestaba. Decidió irse al metro, allí la gente no presta atención a nada, no escuchan, no miran, parece que sepan por donde se mueven a base de golpes y empujones y carteles de colorines. Todos los días salía a las 9 de casa, se iba a una esquina de la Parada de Place de Clichy y allí por la mañana se dedicaba a hacer técnica de clarinete, y por la tarde los conciertos, con un manojo de cañas del 3, una funda que dejaba abierta y un montón de libros y un atril.

Gabriel estaba en casa, intentando escuchar cada nota de Emilie Simon, y casi llorando pensando en esos segundos en los que por alguna “casualidad que no buscaba comprender” metía unas vidas en un mismo lugar, para que sin verse y sin saberlo, llegasen a un destino que no sospechaban pero que les realizaba de alguna manera.

Martí iba en un metro de la línea 2 dirección Belleville donde iba a ver un apartamento. No sabía si iba a poder permitírselo. Estaba ya cansado de visitar edificios imposibles para sentirse siempre mutilado y alejado de su mundo. Pensaba en volver a su casa, a su sillón, su concierto y su té. Pensaba en todo eso, pero se esforzaba para no tomárselo en serio, y seguir ahí sin saber si realmente quería estarlo. Sara se tomaba una copa con su amigo por Place de Clichy, se miró el reloj y eran ya las 5:45. Debía salir corriendo, su turno iba a empezar. Le fastidió sobremanera tener que echar a correr siempre en el mejor instante, le dejó el dinero y se disculpó. Él le pidió 5 minutos pero ella no podía, tenía que ir, el tiempo corría. Se fue sabiendo que tal vez el tiempo la atrapaba y no podía decidir, tal vez esos 5 minutos eran los que más deseaba. Amitié como siempre estaba en una esquina de Place de Clichy, esa tarde había repasado ya las notas del Weber, y sacó el concierto de Mozart, edición Bärenreiter, como le habían enseñado en sus años en Viena. Estaba completamente rayada de lápiz, indicaciones de un montón de profesores y de conciertos escuchados condensadas en sus pentagramas, inicialmente desnudos. Cerró los ojos, empezó a sonar la introducción orquestal en su cabeza, ese tutti que solamente Mozart podía escribir. Incluso Amitié dirigía con las manos esa orquesta que hacía sonar para él en la cabeza, hasta que llegaron los tres acordes cadenciales que le indicaban el paso al clarinete, entonces cogió el clarinete con las dos manos, se lo llevó a la boca y empezó a sonar el concierto para todos.

En ese momento, aunque Amitié no lo escuchaba, llegaba un metro y dentro iba Martí sin muchas ganas, pensando más en no pensar que en la visita que le esperaba. El metro se paró, Martí miró su reloj, y entonces sus oídos se llenaron de Mozart. No supo nunca la hora. No puedo evitarlo, empezaba a sonar la orquesta también en su cabeza como a Amitié, y bajó del vagón casi sin saber que se bajaba, y se quedó mirando a ese chico en la esquina.

Sara bajaba corriendo las escaleras, miró el reloj tan poco tiempo que no podía ser que hubiese leído la hora tan rápido. Siguió corriendo, vio el metro y se dirigió a la puerta que más cerca tenía. Pitaba ya la señal, tenía un hombre con cara de extranjero y de absorto en mitad de la puerta, pero tenía que coger ese metro. Estaba descifrando la hora que había memorizado mientras bajaba los escalones y eran ya las 5:45. Se paró de repente, volvió a mirar su reloj, el metro cerró las puertas, y se dio cuenta de que las varillas estaban paradas, que a saber qué hora era, que hacía tiempo que vivía en las 5:45, que el tiempo se había detenido, y que seguro que ya no llegaba al trabajo.

Y en ese preciso instante Gabriel empezaba a escuchar el segundo tiempo del concierto de Mozart, mientras Amitié le ponía notas, Martí le miraba sonriendo por primera vez en tanto tiempo, recostado en la pared del metro sin pensar más que en la orquesta que solamente sonaba para Amitié y Martí (y para Gabriel en su casa, claro), y Sara empezaba a correr entre Amitié y Martí hacia esa copa a medias, y hacia esos 5 minutos que le había pedido su amigo, y que podían durar todo lo que quisiese ya que su reloj…

Esos momentos existen, pensaba Gabriel, esas casualidades que le llenan a uno los ojos de lágrimas si al final te das cuenta de que tantas cosas han tenido que pasar para hacer coincidir en esa parada de metro a esas 4 personas en el mismo segundo.

Y luego Gabriel empezó a sonreír, y las arrugas de la sonrisa se le llenaban de lágrimas que le seguían cayendo sin querer, al pensar que tú y él también coincidiste en un mismo segundo en un mismo lugar, tan caprichosamente como estas 4 vidas, tan difícilmente creíble como difícil de creer es que Martí, Amitié, Sara y Gabriel. Pero en cambio tan real como esa sonrisa que no paraba, y esas lagrimas que tampoco querían parar. Era demasiado difícil de imaginar todo como para creer en casualidades, en azares. Le gustaba más creer que Mozart y el tiempo que no corre, o tal vez Emilie Simon, o tal vez tú y él y un segundo, y eso bastaba.


Aujourd'hui moi même ai une date pour m'éveiller de ce rêve...

14 de abril de 2010

un color, un matiz, el blanco


Tanto empezar y siempre acababa borrándolo todo, renunciando a ponerle nombre, poner el lápiz en el papel y cerrar con carbón tu silueta, cuando en el folio en blanco ya estabas: Gabriel te veía, y tú también a él.

Esta fue una más. Gabriel borró todo lo que ya había escrito, y solo dejo el blanco que sigue para decirte todo lo que debías saber. Luego siguió jugando a sentir sin ser descubierto.

Gabriel tenía sed, y sin saberlo tú eras el agua.

12 de abril de 2010

su pequeña cárcel


De repente abrió los ojos. Lo veía todo demasiado turbio. Él no sabía donde estaba, no sabía que estaba pasando. Gabriel decidió no asustarse e intentó pensar cómo podía haber llegado allí, lo curioso era que no recordaba absolutamente nada de su vida anterior a ese lugar, lo que le hizo alarmarse aún más. Intentó recapacitar, tranquilizarse y encontrar una explicación de ello. Se miró los dedos de las manos, subió esa mirada por los brazos desnudos, y continuó por su torso. No entendía porqué estaba sin ropa alguna. ¿Qué le había pasado a Gabi? Allá donde sus pequeñas manos tocaban, todo era pared, una pared mojada y demasiado blanda, parecía que estaba en una de esas piscinas azules que cuando somos pequeños nuestros padres nos montaban. Un algo interior invadió la pierna de Gabriel, era como un rayo, era como si la electricidad le invadiera esa pequeñita pierna, como si el gran dios Zeus le hubiera lanzado uno de sus rayos dorados directamente a su pie derecho, y con toda la fuerza que pudo intentó romper esa pared, pero todo acto fue en vano, no sirvió de nada. De pronto pareció como si alguien intentara hablarle desde el exterior, era como una vocecilla que le taladraba su diminuta cabeza, una voz que cada vez era más y más dulce, una voz que hacía que Gabriel calmara todas sus furias, todas sus ganas por salir de aquella pequeña cárcel, porque era así como Gabi la llamaba, su pequeña cárcel.

Él no entendía absolutamente nada, no sabía porque no podía recordar nada más antes de que abriera los ojos y viera esa especie de piscina donde se encontraba, no sabía que había hecho si malo o bueno para que alguien lo encerrara allí de aquella manera, todo estaba demasiado oscuro. A veces tuvo un sentimiento algo extraño, sí era miedo, miedo a la nada, y sobretodo porque sabía que estaba solo, muy solo. Si algo le había enseñado esas paredes raras y esa agua turbulenta, es que la soledad no era su mejor amiga. Pero Gabi sabía que tenía al otro lado de esa pequeña cárcel un ángel de la guarda, y no un ángel cualquiera, no sabía su nombre, pero lo sentía en cada ápice de su cuerpo. Le hacía olvidar cualquier sentimiento que no gustaba a Gabriel. Cuando sentía miedo o soledad, sabía que ese ángel estaría ahí para protegerlo, para mantenerlo a salvo de cada mal.

Gabi sintió la necesidad de agradecer todo aquello que ese ángel, su ángel estaba haciendo por él. Lo que él no sabía es que con solo su existencia, con un solo latir de su corazón, ya hacía feliz hasta unos niveles increíbles a esa persona que Gabriel llamaba su ángel de la guarda.

Un día Gabi abrió nuevamente los ojos como siempre para ver ese estanque donde se encontraba, para ver que nuevamente estaba ahí encerrado y solo, pero ese día notó una diferencia. No sabía como no podía haberse dado cuenta antes, tenía como un gran algo, no sabía como describirlo, introducido en su pequeña barriguita. De repente notó como si su cuerpo se estuviera deslizando. Vio a su alrededor que esa agua a la que tanto odio le pudo coger, bajaba de nivel a una velocidad abismal. Sentía que le faltaba el aire. Gabi estaba demasiado asustado para pensar, y ese miedo le hizo dejarse llevar, no le importaba lo que le ocurriera, para él su infierno ya era estar ahí solo, no podría ir a peor, pero un gran destello de luz, una luz que nunca antes se hubiera podido imaginar, le cegó por completo.

Lo que Gabriel no podía llegar a imaginar, es que cuando volviera a abrir de nuevo los ojos, vería una de las caras que siempre le harían sonreir, una de las caras que jamás volvería a olvidar, sí era la cara de su ángel de la guarda, era la cara de alguien que le había dado todo lo que Gabriel es, le había dado cada latir de su corazón ...




De esto hace ya 24 años … cada día de cada año Gabriel se daba cuenta más y más de que se había estado engañando en esa pequeña cárcel. Ella no era su ángel de la guarda, sino todo lo contrario, era él el Arcángel Gabriel, era él el que iría ante ella para intentar ser su escudo. Gabriel sabía que esta era la única forma de agradecer esos 9 meses que vivió dentro de su Madre.

9 de marzo de 2010

el abecedario


A B C D E F G H I J K L M N Ñ O P Q R S T U V W X Y Z

27 letras que unen un camino con un principio marcado por la A y un final marcado por la Z, como el alfa y omega del abecedario griego. Para Gabriel ese camino también empezaba por unos trazos de un lápiz que tuvieron hace unos días un significado algo diferente, pasaba de ser una sola letra a una inicial, de una inicial a un nombre, de un nombre a una persona, una persona que a veces puede llegar a dejarte sin palabras … pero empecemos por el principio y no por el final de esta aventura.

Hace ya varios meses que esa inicial trazada entró sin llamar a la puerta en la vida de Gabriel, una inicial que compartía comienzo con una ciudad, la ciudad en la que los trazos de la letra A se unieron a los de la G saltándose las correlativas entre ambas como si fueran dos niños jugando al juego de la oca o al parchís. En ese primer contacto Gabriel estaba muy perdido, es en lo que podía desembocar intentar controlar todo, y a veces eso es prácticamente imposible, por eso mismo el pequeño G estaba desconcertado sin tener un claro esquema sobre como era o como podía actuar la persona que tenía delante, desconcertado sin saber si todo esto le iba a llevar a buen puerto o lo ayudaría a naufragar. Pero esta vez los vientos llevarían el velero a atracar en un lugar desconocido quizás, una gran isla desierta se abría ante Gabriel esperándole para ser conocida, para ser atravesada a través de su densa selva. Se dio cuenta que tenía delante a alguien a quién tardaría en conocer, tenía delante una isla con muchos recovecos por inspeccionar, tenía delante los trazos de una letra, la letra A que darían mucho de sí para Gabriel. Él lo sabía, sabía que tenía que trazar un fuerte mapa, sobre un fuerte papel, sobre una fuerte y esperaba que duradera isla.

Noche tras noche, día tras día, si hay algo de lo que Gabriel se está dando cuenta es que cuando todo acabe, cuando este regalo de 9 meses llegue a sus últimas horas, cuando el mar vuelva a estar de nuevo en calma como cualquier arroyuelo de la campiña, Gabi cogerá de nuevo su velero y se irá lejos, muy lejos, pero aunque miles y miles de metros los alejen, aunque un puñado de letras los separen, esa A estará más cerca de lo que todos creen de esa G, será como si B C D E F hubieran dejado de existir en el abecedario.

Hace unos días, en una fecha muy señalada de marzo, el pequeño Gabriel iba camino de encontrarse con una gran pececilla, con una persona pirracional, una persona difícil quizás de conocer, pero nadie dijo nunca que todos los caminos que llevan hacia lugares desconocidos estuvieran lisos y sin piedras. El pequeño Gabi apostó fuerte y ganó, ganó el estar ahora mismo en un lugar impresionante en el que todos los problemas se hacen míseros, en un lugar donde puedes abrir las puertas de todos tus secretos, en un lugar impenetrable que esa A y esa G han sabido construir como si fueran castillos de cartón, castillos visualmente fáciles de echarlos abajo, pero fuertes y duros como la misma roca.

Saliendome un poco por una vez de estos escritos en los que yo solo soy un mero narrador, alguien sin más que intenta acercaros hacia el último ápice de las sensaciones y sentimientos de un personaje como es Gabriel. Por eso con esta entrada decirle una cosa a una persona muy especial para mí … FELICIDADES A. … felicidades por hacer llegar tu tinta a las hojas en blanco de Gabriel, hojas en las que muy poca gente sabe como jugar con las letras del abecedario para poder ensuciarlas. Una última cosa, GRACIAS por ser como eres, y espero que sigas cumpliendo más primaveras.

17 de febrero de 2010

los sueños sueños son


¿Por qué esos sueños? … irrealidad … subjetividad … ¿Por qué pasa esto? … ¿Cuánto tiempo debería esperar para que todo eso no volviera a rondar el presente?

Hace ya tantos años, y todo parece como si Gabriel hubiera pasado por esto hace tan solo algunos meses, aunque el reflejo sí que había cambiado un poco.

“…Una habitación envuelta por cuatro paredes profundamente azules ligadas a una serie de muebles viejos y austeros. Una luz destelleante. Recuperó la vista a los segundos y de repente aparecieron unas personas como ausentes en sí mismas, todas menos una. Solo hizo falta una mirada para que se entendieran, tan solo una conexión a través de los ojos, algo tan mínimo pero a la vez con tanto significado para ellos, no hacía falta nada más para los dos, esa mirada era lo que tanto anhelaba, esa mirada que llegaba a su fin con un sello, un simple beso…”

RINGGGGGGGGGGGG … fuck ! … fue la primera palabra que pasó por la mente de Gabriel cuando escuchó el sonido del teléfono, fue la primera palabra que pasó por la mente de Gabriel cuando su cuerpo volvió a abrir los ojos como cada mañana. Parecía todo tan sumamente real, como si años pasados se hubieran esfumado, como si el pasado fuera presente, pero el pequeño Gabriel sabía que las máquinas de retroceso en el tiempo solo existían en las películas, y sobretodo en sus sueños; SUEÑOS, eso era lo único que le quedaba para volver a su realidad, porque quien es capaz de negarle a Gabriel que cada uno tiene su propia realidad cuando se duerme.

Gabriel se estaba dando cuenta que no era tan simple el hecho de haber soñado con esa mirada que hacía años que no sentía. Ha estado varios días intentando buscar un significado lógico a todo ello, un significado lógico a un sentimiento ilógico. Excusas fue lo que estuvo buscando, excusas para no admitir lo que quizás su cuerpo le quería mostrar, un sentimiento que creía muerto hacía ya mucho. El pequeñajo G, empezaba a entender que aunque se sierre un árbol del jardín, a veces las raíces siguen estando bien nutridas por la tierra.

Era lunes, y tras un ajetreado fin de semana, tras una ajetreada noche, tras un ajetreado sueño, una llamada telefónica hizo pasar a Gabriel de una realidad a otra, de su realidad a su presente. No estaba prestando atención a las palabras auditivas que procedían del auricular del teléfono, él solo estaba centrado en sus pensamientos, en su porqué, en su sueño, en el resurgimiento de las cenizas de su propio fénix … Gabriel seguía soñando despierto.

16 de febrero de 2010

el camino hacia el mundo de Oz



Gabi, Gabri, Gabriel, ... tres nombres a los que el pequeño Gabriel al escucharlos responde con un "ME LLAMAN". Esa mañana escuchó el susurro de una voz que los pronunciaba casi los tres a la vez, pero no podía responder, no podía contestar, era su cabeza la que le estaba llamando.

¿...Gabi porqué estás tomando de nuevo este camino...? ¿...Gabriel porqué piensas que vas a toparte de nuevo con la bruja de los zapatos rojos...? ¿...Gabri llegarás alguna vez al mundo de Oz...?

Ese camino de baldas amarillas es por donde camina Gabriel, en el que a veces se encuentra con brujas, con leones, con espantapajaros, con hombres de hojalata, ... personas a veces y personajes otras. Gabriel no podía entender como hay personas que le alegran cada pisada en cada baldosa amarilla, personas que le aportan nuevos adjetivos a su personalidad, y personajes que unas veces se cruzan y no saben que está prohibido pisar y destrozar todas las hermosas flores de las que presume ese camino que lleva a Oz, y otras directamente arrancan las pulidas baldas amarillas hiriendo ese suelo sobre el que danza Gabriel ... ¿¿con qué intención?? ... Gabriel no tiene respuesta a esta pregunta, solo intenta hacer que sean invisibles, tratarlos como fantasmas, como si nunca hubieran existido.

Antes de dejar correr las aguas por el cauce de todos estos pensamientos, Gabriel abrió su bandeja de correo, en el que se encontró una grata sorpresa, un mensaje anónimo aunque con nombre y apellidos, pero este no era una persona sino un personaje de esos que cogen atajos, y sin sentido alguno arrasan todo aquello con lo que se encuentran a su paso, con la intención de ser ese reno que cuando llega la navidad guía a papá noël con su nariz luminosamente roja, pero lo que no sabía ese personaje es que el pequeño Gabriel sigue su propio camino hacia Oz, sin consejos ni advertencias. A Gabriel le encanta tropezar con las piedras valiéndose por sí mismo para levantarse cuando se cae, para él es la mejor forma de aprender.

Pero yo me pregunto que quién le puede enseñar a Gabri que quizás ese ansiado mundo de Oz solo es una historia de ficción y quizás no una realidad, o quién sabe si Gabri lleva la razón ...